LECCIÓN 5
Los magos no creen en la muerte.
A la luz de la consciencia, todo vive.
No hay principios ni finales. Para el mago,
éstos no son más que fabricaciones de la mente.
Para estar totalmente vivo, es preciso estar muerto
para el pasado.
Las moléculas se disuelven y desaparecen,
pero la consciencia sobrevive a la muerte de la materia
en la cual se aloja.
En todas las historias sobre Merlín, hasta en las más confusas, se da por sentado que el mago vivía hacia atrás en el tiempo. En su época, esto causó gran consternación entre los mortales. El anciano mago gritaba “¡Cuidado!” un segundo después de quemarse Arturo con agua hirviendo. Aparecía en los funerales y le acariciaba el mentón al cadáver como si fuera un recién nacido. Y por si fuera poco, los aldeanos murmuraban que se había visto a Merlín en los cementerios, entregando regalos de bautismo a las lápidas.
-“¿Puedes explicarme por qué vives hacia atrás en el tiempo?”, preguntó una vez el joven Arturo.
-“Porque todos los magos lo hacen”, contestó Merlín.
-“Y, ¿por qué?”
-“Porque lo preferimos. Tiene muchas ventajas”.
-“No le veo ninguna”, insistió Arturo, pesando en los extraños hábitos de Merlín, como desayunar antes de acostarse.
-“Mira, te mostraré”, dijo Merlín, y llevó a Arturo afuera de la cueva de cristal. Era un día caluroso de verano y el Sol estaba en el punto más alto del cielo.
-“Ahora”, dijo Merlín, entregándole una pala al niño, “comienza a cavar una zanja de aquí hasta allá y no te detengas hasta que te diga”.
Arturo se entregó a la tarea con todo su empeño, pero al cabo de una hora estaba agotado y Merlín aún no le había dicho que se detuviera.
-“¿Con esto es suficiente?”, preguntó. Merlín se quedó mirando la zanja.
-“Sí, es suficiente”, dijo. “Ahora llénala de nuevo”.
Aunque Arturo estaba acostumbrado a obedecer, la orden no le agradó demasiado. Sudoroso y con el ceño fruncido, continuó trabajando hasta llenar totalmente la zanja.
-“Ahora siéntate a mi lado”, dijo Merlín. “¿Qué piensas del trabajo que acabas de hacer?”.
-“Que no tenía objeto”, se desahogó Arturo.
“Exactamente, y lo mismo sucede con la mayoría de los esfuerzos del ser humano. Pero la inutilidad sólo se descubre cuando ya es demasiado tarde, una vez realizado el trabajo. Si vivieras hacia atrás en el tiempo, habrías reconocido que hacer esa zanja no tenía objeto, y no te habrías molestado en comenzar a cavar”.
Los magos no creen en la muerte.
A la luz de la consciencia, todo vive.
No hay principios ni finales. Para el mago,
éstos no son más que fabricaciones de la mente.
Para estar totalmente vivo, es preciso estar muerto
para el pasado.
Las moléculas se disuelven y desaparecen,
pero la consciencia sobrevive a la muerte de la materia
en la cual se aloja.
En todas las historias sobre Merlín, hasta en las más confusas, se da por sentado que el mago vivía hacia atrás en el tiempo. En su época, esto causó gran consternación entre los mortales. El anciano mago gritaba “¡Cuidado!” un segundo después de quemarse Arturo con agua hirviendo. Aparecía en los funerales y le acariciaba el mentón al cadáver como si fuera un recién nacido. Y por si fuera poco, los aldeanos murmuraban que se había visto a Merlín en los cementerios, entregando regalos de bautismo a las lápidas.
-“¿Puedes explicarme por qué vives hacia atrás en el tiempo?”, preguntó una vez el joven Arturo.
-“Porque todos los magos lo hacen”, contestó Merlín.
-“Y, ¿por qué?”
-“Porque lo preferimos. Tiene muchas ventajas”.
-“No le veo ninguna”, insistió Arturo, pesando en los extraños hábitos de Merlín, como desayunar antes de acostarse.
-“Mira, te mostraré”, dijo Merlín, y llevó a Arturo afuera de la cueva de cristal. Era un día caluroso de verano y el Sol estaba en el punto más alto del cielo.
-“Ahora”, dijo Merlín, entregándole una pala al niño, “comienza a cavar una zanja de aquí hasta allá y no te detengas hasta que te diga”.
Arturo se entregó a la tarea con todo su empeño, pero al cabo de una hora estaba agotado y Merlín aún no le había dicho que se detuviera.
-“¿Con esto es suficiente?”, preguntó. Merlín se quedó mirando la zanja.
-“Sí, es suficiente”, dijo. “Ahora llénala de nuevo”.
Aunque Arturo estaba acostumbrado a obedecer, la orden no le agradó demasiado. Sudoroso y con el ceño fruncido, continuó trabajando hasta llenar totalmente la zanja.
-“Ahora siéntate a mi lado”, dijo Merlín. “¿Qué piensas del trabajo que acabas de hacer?”.
-“Que no tenía objeto”, se desahogó Arturo.
“Exactamente, y lo mismo sucede con la mayoría de los esfuerzos del ser humano. Pero la inutilidad sólo se descubre cuando ya es demasiado tarde, una vez realizado el trabajo. Si vivieras hacia atrás en el tiempo, habrías reconocido que hacer esa zanja no tenía objeto, y no te habrías molestado en comenzar a cavar”.
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